
Qué será lo que tiene el verano que a las pocas semanas de acabarse ya le echamos de menos. Tras un largo invierno ansiando los primeros rayos de sol, no podemos remediar adelantarlo en cuanto empiezan los días de calor. Las tiendas llenan los escaparates de bikinis y, nos gusten o no, decidimos probárnoslos a ver que tal. En ese preciso instante empiezan los agobios por ponernos en forma, morenas y cuidar todos los aspectos de nuestro cuerpo que ese dichoso bikini acentúa o habíamos olvidado bajo los pantalones largos. Llegamos a casa y buscamos por internet mil dietas y ejercicios utópicos que acabamos abandonando a la semana siguiente. No queda otra y pasamos al plan B, momento en el que decimos que “el moreno lo disimula todo”. Entonces planeamos con nuestras amigas la necesidad urgente de ir a tomar el sol. Así somos y así nos comportamos en nuestro primer día de playa.
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Dices que no te ha pegado y pareces un cangrejo después de la ducha
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Miras si te ha quedado marca al llegar a casa
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Intentas de forma fallida entrar en el agua
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Comes en la playa y recuerdas porqué hacía tiempo que no lo hacías
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Evitas marcas doblándote el bikini hasta quedarte semi desnuda
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Te pones en posiciones ortopédicas para que no quede nada sin broncear
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Declaras la guerra a la arena
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Empiezas la operación bikini después de vértelo puesto
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Te depilas seriamente
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Vas a zonas que no haya nadie hasta que dejas de ser fluorescente